LETRINA
La idea de una letrina ha logrado conmoverme. Reconozco que estando en la angustiosa porcelana se enciman los más literarios pensamientos.
La visión más clara del asunto en cuestión la guardo de algún libro de Henry Miller, donde puede uno descubrirse bañado en heces de rutina, de soledad, de destierro: en fin, siempre culminando las frases desde una silla fecal incandescente, como debe ser.
Vine aquí para contar una historia y resulta que ya hay dos, mezcladas como gas licuado, como fango.
La primera estampa destruye el paisaje en su totalidad. Es el recorrido de un inmigrante hondureño que va dejando marcas de estiércol a su paso por Ciudad de México. ¡Vaya!, me acerqué tanto para seguir esa ruta que llegué de inmigrante hasta allá. Esta es la segunda historia.
Ahora que estamos solos, ¡lector, qué cagadal!, voy a olvidar lo que vine a decir y me entrego por completo a la presente situación. Adentro de una letrina es fácil olvidar que existen arenas escurridizas afuera. ¿Ves? El inmigrante hondureño llegó a la frontera del norte y fueron tantas las balas que no dijo ni mierda.
¡Hace calor aquí, contigo! Ya lo sabes, cuando viajes a través de Honduras no te bajes los calzones sin preocuparte. Es simple: debes saber que en Honduras decir letrina es signo de radical miseria. Es por eso que quiero venderte a Tegucigalpa. Tiene un agujero oscuro, cálido y húmedo. Te ofrezco escarbar más de la cuenta, como en tiempos de Colonia, como ahora. Esto apesta como una tonelada de historia.
¿De qué otra cosa puedo hablarte? Estás tan perfectamente sentado que no debería interrumpir. Pero es que me inunda tu interés por los caminos de selva en la América menor. Ya te cuento, pero abre un poquito la ventanilla, es indeseable tu aroma.
Todos (desde Guatemala hasta Panamá) somos una manada de poetas. Si encuentras uno de ellos en otra letrina no te bajes los calzones sin preocuparte en serio. Es que nacemos en papel periódico. Dicen que las letras se pegan a la piel y entonces hablamos de la vida como si no fuera extraña y hueca.
¿No te estaba vendiendo a Tegucigalpa? No. Pensándolo mejor no es más que una cloaca, o talvez un semillero de rosas chiquitas.
¿Te espero o salgo antes? Es que si nos ven salir así van a decirnos maricas. Ya que ando por aquí, voy a intentar un salto hacia el norte. Se ven hermosas las flores del otro lado, también un poco irritables.
Si no vuelvo es que me di cuenta que las palabras no están pegadas a la piel, o es que me ha gustado tanto que preferí intentar el expolio.
De favor te pido que no te limpiés con estas letras mías. Imagínate, tú raspando tus nalgas con la piel de un “poeta de la América menor.”
Despídeme de ti y busca para mí una suerte de malos tragos en tristes cantinas. Si no regreso del norte vete sin miedo hacia el sur.
Ofrezco limpiarte con la portada de estas páginas delgadas.
Darwin Andino
Texto literario para la revista alternativa LETRINA, Ciudad de México. Revista de difusión en servicios sanitarios públicos del DF.